¿Y ahora qué?

Es innegable que existe en el país una sensación de incertidumbre y descontento. Las dificultades a lo largo de varios años seguidos han desgastado no solo el tejido empresarial del país, sino también su conciencia cívica. Y muchos panameños, particularmente los jóvenes, comienzan a tener dudas importantes sobre la viabilidad nacional.

Mientras tanto, el país se está quedando rezagado en materia económica, educativa y de desarrollo social. Las familias encuentran cada día que es más difícil avanzar con sus proyectos de vida, mientras que las pequeñas y medianas empresas reportan temor ante la constricción de sus sueños de mejoría económica. En tiempos así, es sencillo caer en una mentalidad de desesperación e impotencia.

En esta nota, exploramos, de la mano de expertos en política y cívica, las rutas disponibles para Panamá para salir del pantano anímico en el que se encuentra, evidenciado tanto por las encuestas empresariales que muestran un impacto innegable en la estructura productiva del país y los reclamos legítimos y recurrentes de grupos que se sienten excluidos del desarrollo nacional.

 

Contexto

En su conferencia de prensa de la semana pasada, el presidente José Raúl Mulino, intentó descartar la noción de que el país estaba en crisis. Aseguró que las manifestaciones estaban bajando y que pronto, su administración pondría fin al paro docente, restaurando la operatividad de las escuelas. Su mantra operativo es pasar la página.

Quizás no está del todo equivocado: la densidad de las personas en las calles ha disminuido y un reporte del diario La Prensa evidenció que el paro docente no contó con el apoyo mayoritario de ese gremio, en parte, por la decisión del Ejecutivo de retener el pago de aquellos maestros que no han estado trabajando.

No obstante, el país ha sufrido varios golpes en el capítulo presente. Uno de los más notables ha sido la suspensión de operaciones de la empresa bananera estadounidense Chiquita en Bocas del Toro. Luego de más de tres semanas de paros, la filial local de Chiquita anunció el despido de cerca de cinco mil empleados, acción que tendrá secuelas importantes en la historia de desarrollo de esa provincia.

La represión por parte del Gobierno Nacional también ha generado descontento y temor. En Veraguas, por ejemplo, continúan las manifestaciones multitudinarias, con reportes constantes de que, al caer la noche, las acciones represivas de la Policía Nacional se agudizan para dispersar a los protestantes. A la par, se han registrado casos de vandalismo contra comercios y viviendas.

Más allá de estas situaciones coyunturales, existen causas profundas que las emanan: el crecimiento de la informalidad, la dificultad de encontrar empleo con remuneración digna, el sentimiento de abandono que tiene la población de cara al constante crecimiento positivo de la economía y la sensación de que los próximos años de gobierno se caracterizarán nuevamente por la recompensa a los allegados del poder, y la presión y represión de aquellos opuestos a sus intereses.

 

Diagnóstico

En julio de 2022, la politóloga Claire Nevache, del Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales (CIEPS), indicó que Panamá de hecho enfrenta cinco crisis a la vez. Estas son: la desigualdad social y económica, la deficiencia de representatividad y de confianza, la debilidad de los sistemas de negociación colectiva, la escasez de honradez y el agotamiento de los recursos públicos. Su diagnóstico, realmente, parece atemporal.

Son estos los factores estructurales que cada año generan nuevas tensiones sociales, antes por el tema minero, ahora por el tema de seguridad social; y el próximo año por el tema que en ese momento esté ocupando la atención pública.

 

En particular, la escasez de honradez pareciera ser uno de los puntos clave. Prevalece la sensación de que la honestidad y el esfuerzo no son suficientes para vencer la hipocresía y el favoritismo.

“El factor de la corrupción es un factor detonante en lo que la gente siente, en la falta de confianza que ahora mismo hay hacia el sector gubernamental y su capacidad,” nos explica Olga De Obaldía, directora ejecutiva de la Fundación para el Desarrollo de la Libertad Ciudadana, cuya misión es respaldar el Estado de Derecho en el país.

También parece ser clave el peso económico que siente la población en general, en particular los jóvenes. “No es fácil, no hay estabilidad, no llegas a fin de mes. [Las] capas medias [están] pauperizadas,” nos dice Harry Brown, politólogo del CIEPS. “Son las capas medias [las] que no dan más. Son profesionales […] que les cuesta mucho esfuerzo, mucho trabajo, cumplir con los sueños más modestos que tenemos todos”.

“En cada encuesta que se hace,” reporta Brown, “la gente es muy consciente [de] la sensación de injusticia, lo cual es un correlato de la desigualdad. La gente sabe que hay plata, la puedes ver, pero para ellos la vida [es] más dura de lo que dicen las estadísticas económicas”.

De Obaldía también trae al análisis el contexto global: “Estamos viviendo una situación de grave y peligrosa polarización y con ello Panamá se suma a la crisis mundial que existe al respecto y que está minando los valores que sustentan la democracia”.

 

Responsabilidad

Esta semana, el Centro de Iniciativas Democráticas (CIDEM) publicó un comunicado que asigna al Ejecutivo “el deber [de] propiciar un ambiente de confianza, detener la escalada de tensiones y buscar soluciones institucionales, legales y pacíficas ante los desacuerdos que vive el país”.

De Obaldía coincide con la perspectiva del CIDEM: “No es nada más un tema de buena voluntad, es una parte [del] deber fiduciario de conciliación, [de la] promoción del diálogo [y la] presentación de soluciones que corresponde al gobierno [como] administrador”. Según De Obaldía, “compete al gobierno lograr, promover, encontrar los espacios. No puede haber intransigencia”.

Tal imputación de responsabilidad resulta problemática, considerando que el mantra del Gobierno Nacional es pasar la página. Resulta difícil intercambiar palabras si el capítulo ya concluyó.

Y además de la responsabilidad, queda la cuestión de la capacidad del Gobierno Nacional de atender las causas subyacentes del constante descontento público.

“Tenemos que ser muy conscientes de que nuestro país es más complejo ahora,» explica Brown, apuntando a “una economía más compleja, más diversa, con mayor capacidad de generar riqueza”.

 

“Tenemos una sociedad con demandas acumuladas, pero además, demandas más sofisticadas, como la protección del medio ambiente. Eso no estaba antes,” comenta. “Pero tenemos [el] sistema político del país más simple que teníamos hace 35 años”.

 

Diálogo

Ambos expertos coinciden que el diálogo —por más abusada y desprestigiada que está esa palabra hoy día— es la ruta correcta, tanto por motivos de legitimidad democrática como de inclusión social.

“La ruta de salida [de las crisis] en una democracia es definitivamente el diálogo. Este es el país donde hubo diálogos en Boquete, Contadora, diálogos que resultaron en avances,” dice De Obaldía. “El diálogo es la única salida que es viable”.

Brown indica que los números respaldan el proceso del diálogo: “La población los aprecia. Encuestamos en 2024, en julio, [y el] 55% [de los encuestados consideran que] las decisiones importantes [se] deben tomar con diálogo”.

Brown indica que si bien es cierto que el país tiene una trayectoria importante de diálogos, el método debe evolucionar. “Los panameños sabemos cómo organizar diálogos, lo hemos hecho antes, sabemos que funcionan,” dice. Pero ahora, “esos diálogos tienen que ser distintos. Dialogamos mucho en la década de 1990 y del 2000, pero la sociedad ha dicho, ese tipo de diálogos ya no los queremos”.

¿Cómo se vería una nueva iteración del diálogo, capaz de responder a las crisis actuales?

Primero que todo, explica Brown, debe ser “un diálogo que no se entienda como un debate. Hemos aprendido bastante a debatir, se nos ha olvidado dialogar”. Según el politólogo, tal diálogo “tiene que ser entre los actores que realmente toman decisiones. No deberían ser diálogos multitudinarios. Es [el] núcleo de poder en Panamá [el] que tiene que estar dispuesto a hacer concesiones”.

“Y el primer paso para el diálogo es que los actores se reconozcan, reconozcan su legitimidad”, dice. “Creo que tenemos que quitarnos la idea de que la sociedad panameña no está organizada. Hay organizaciones que se movilizan, que tienen proyectos políticos, alianzas entre ellos, lazos de confianza, saben quienes son sus adversarios [y] se han ganado cierta confianza en la población”.

 

Confianza

Construir tal proceso de diálogo podría resultar difícil de cara a la crisis de confianza.

“Hemos tenido ejercicios que han socavado la confianza ciudadana. Nos traiciona el sistema electoral que no representa a la gente,” explica De Obaldía. “Parte de lo que nos está pasando es el resultado de tener gente que o no tiene legitimidad o no actúa como si la tuviera”.

Brown coincide: “Tenemos que poner sobre la mesa que tenemos un problema profundo con la representación. Posiblemente ahí, por lo que sabemos, sabemos que el sistema de representación panameño tiene un sesgo excluyente muy fuerte. [Los] actores de capas medias organizados, con proyectos alternativos de país, esas mujeres, jóvenes, ambientalistas, maestros, médicos, no tienen representación. No logran entrar”.

Los motivos del desgaste de confianza son muchos según De Obaldía: “la falta de confianza en las instituciones como resultado de una política partidista basada en el clientelismo, la desinformación que hace aflorar miedos y angustias, [y] las agendas claras de algunos que piensan que el caos les favorece”.

De Obaldía agrega que “el tema de la descalificación del otro” es también parte del desgaste. “La descalificación de los grupos ha servido de mayor gasolina al fuego,” explica.

Tal descalificación ha sido parte de la estrategia del Gobierno Nacional: “Del lado del gobierno, encontramos también una muralla y una forma de comunicar que solo ha agravado la situación”.

 

“Es responsabilidad de todos poner un freno a los discursos irracionales o malintencionados que están provocando esta situación. No hay nada beneficioso al final de este camino de enfrentamientos,” agrega.

Brown coincide igual en lo perjudicial de la descalificación. “La discusión sobre si los actores son de izquierdas no es una discusión bien llevada, porque a la población panameña no le parece importante”.

“Plantearlo de esta manera solo existe para estigmatizar a los actores de izquierda y a los de derecha. La política panameña nunca ha sido organizada con esos criterios. Es una discusión, un criterio que hay que sacar de la mesa. La población panameña no está ahí,” explica.

Según Brown, “todos los actores tienen su retórica y todos tienen sus repertorios de participación […] es parte de la identidad de los actores”.

“Es importante reconocer que somos diferentes,» agrega. “No hay conversación cuando estigmatizas a uno de izquierdas y al otro le dices vendepatria”.

Para Brown, es esencial un proceso de des-estigmatizar, el cual podría redundar en mayores beneficios para la población. “Lo que nos dice todo lo que sabemos sobre la construcción de instituciones [es que] cuando los actores entran a las instituciones, tienden a moderarse o aprender a jugar con las reglas del juego,» explica.

“Legitiman con su presencia las acciones que se toman y de alguna manera se generan mejores políticas públicas”.

 

Campos

Según De Obaldía, aunque existen espacios formales donde llevar los nuevos procesos de diálogo, se necesitará de renovaciones importantes para adecuarlos a las necesidades presentes.

“El problema [de los espacios existentes] es que las representaciones siguen muy anquilosadas, la misma gente ocupando los mismos espacios. Y no necesariamente ha habido renovación de los liderazgos, renovación de la representación”.

La otra posibilidad es crear nuevos campos de conversación.

“El otro camino,” explica De Obaldía, “puede ser un diálogo más abierto con representaciones de todos los sectores para por lo menos identificar los problemas, porque además creo que tenemos una falta de entendimiento de un lado con el otro acerca de cuál es el problema”.

“En ambos lados encuentro mérito, y en ambos lados pienso que tienen que poder ver el problema del otro,” dice. “El abordaje tendría que ser multi-frente, sabiendo que lo que estoy diciendo es bien complicado. Como el problema es multi-factorial, el abordaje también va a tener que ser multi-factorial”.

Aquí regresamos a la responsabilidad inherente del Estado: “Desde el Estado se tienen muchos más recursos que desde […] otro lado. El Estado sigue siendo el mayor empleador [y el mayor] agente de cambio”.

 

Sobre todo, De Obaldía insiste en la premura y gravedad del momento.

“Desde la [Fundación para el Desarrollo de la Libertad Ciudadana] realmente nos preocupa que en medio de lo que está pasando, se está dejando de lado el tema de la institucionalidad democrática, la gobernanza dentro de la democracia, la gobernabilidad [y] el tema de las libertades fundamentales”.

 

Contenido

Según Brown, “la sociedad panameña está teniendo dos discusiones importantes”.

Primero, está la discusión sobre “cómo resolvemos los problemas, la expresión coyuntural del descontento, la gente en la calle, el cierre [y] los maestros. Es una discusión obviamente necesaria que es la que inmediatamente encabeza el gobierno”.

“La otra discusión que está teniendo es: ¿cómo resolvemos esto en el mediano y largo plazo?”

“No hay que ser un genio. Si uno está más o menos atento, uno ve que esto es una continuidad de protestas desde el 2019, la pandemia en medio. Pero lo que hizo la pandemia fue profundizar los problemas. [Y en] el 2022, estalló con todo”.

A pesar de tal recurrencia del conflicto social, Brown apunta a que el contenido de los reclamos ha ido variando durante el tiempo, lo cual para él es señal de inestabilidad política. “Las temáticas son diversas y los actores también”.

Parte de la dificultad es que todo tendrá que ser abordado a la vez. “La solución de largo plazo corre paralela a las decisiones [inmediatas] que hay que tomar”.

 

Optimismo

No obstante, entre toda esta complejidad, el politólogo Brown suena una nota de optimismo, que él define como “la certeza de buscar soluciones”.

“Creo que la nota optimista realista [es esta]: los panameños hemos sabido dialogar, hemos sabido reformar, y hay el conocimiento suficiente sobre cómo deberíamos hacerlo. Y hay [una conciencia] de que [tales reformas] se tienen que hacer y va por ahí. Es un terreno ganado,” comenta. “Hay una sensibilidad, [una conciencia] de que no podemos seguir así”.

Para Brown, tal optimismo no es solo un paliativo, sino una necesidad.

“Si no tenemos cierto grado de optimismo, pues, simplemente tiramos la toalla. Eso no puede pasar,” comenta. “Es como cuando uno tiene hermanitos: nos arreglamos o se rompe”.

Concluye Brown: “Creo que la sociedad panameña está preparada, sabe que va por ahí,” dice. “Estamos preparados para que se nos plantee que se van a dialogar y reformar cosas importantes. Eso no va a ser un camino de rosas, va a haber disputa, pero de eso se trata”.

“No va a ser la primera vez. Ya lo hemos hecho”.

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