Perspectiva: El fin del status quo

La inestabilidad que hoy se percibe en Panamá no es nueva, sino la culminación de un proceso de deterioro institucional, económico y político arrastrado desde incluso antes del 2022. La raíz está en la falta de avance económico y social para las mayorías después de la recuperación de la integridad territorial del país.

La diferencia entre entonces y ahora es que quedan pocos recursos para sostener la apariencia de estabilidad. Se agotaron las zanahorias —los subsidios, los nombramientos, los paliativos— y lo único que le queda al Gobierno Nacional es el garrote.

 

Agotamiento

La estrategia dominante ha sido mantener la paz social a través de subsidios y empleo estatal clientelista.

Planillas infladas, becas con retornos políticos, medicamentos subsidiados, gasolina subsidiada. Todo operado bajo una lógica de preferencia: repartir recursos públicos a redes de lealtad a cambio de estabilidad y apoyo político.

Pero el sistema llegó a su límite. El déficit fiscal tan solo crece por el peso de los intereses internacionales y los compromisos de deuda son ineludibles. Como consecuencia, hay poco margen para sostener el modelo.

Las recientes denuncias de desvío de fondos de la CSS para cubrir planilla ejemplifican el patrón: se sacrifica la atención pública —medicinas, infraestructura, servicios— para financiar estructuras de poder.

La corrupción ya no es solo una patología; es la infraestructura operativa del Estado.

 

Estancamiento

La falta de inversión real en educación y tecnología ha dejado al país fuera de la Cuarta Revolución Industrial, impidiendo los saltos necesarios en innovación para mantener la competitividad general del país.

Las pruebas PISA han demostrado una y otra vez que, a pesar del enorme gasto en salarios de docentes, los estudiantes en general salen del sistema educativo sin capacidades básicas de comprensión y matemática, esenciales para un futuro impulsado por la tecnología y la automatización.

Empresas de reclutamiento laboral advierten constantemente sobre miles de vacantes que no pueden llenar por falta de capacitación.

En paralelo, el otro gran motor de empleo, el agro, ha sido abandonado.

El Tratado de Promoción Comercial firmado en 2012 mermó el tejido productivo rural y ahora, ante aranceles estadounidenses del 10%, Panamá se queda sin sector agrícola ni beneficios, mientras su principal socio comercial desconoce el acuerdo.

 

Fatigas

El desprecio abierto del gobierno hacia el diálogo ha erosionado el poco capital político que le quedaba al sistema.

Cuando la ciudadanía fue a hablar en la Asamblea Nacional en relación a la reforma de la Caja de Seguro Social durante su primer debate, el presidente descalificó públicamente el ejercicio ciudadano. Y ahora es justamente ese debate en la Asamblea el que el presidente asegura legitima lo aprobado en las reformas.

Mientras tanto, minimiza las protestas con epítetos de “cinco gatos que no pagan planilla”, invalidando toda queja como si fuese parte de una conspiración ideológica.

Esta estrategia no solo polariza, sino que encierra a quienes no se sienten representados —ni por la clase política ni por organizaciones gremiales— en un sistema sin canales de participación.

El resultado es una sociedad fatigada. Muchas personas ya no marchan, no por apatía, sino por desgaste económico y psicológico. Se percibe una disolución del “cuerpo político”: los ciudadanos dejan de actuar como tales y se refugian en la mera supervivencia.

Por su lado, el Ejecutivo responde al descontento con represión y descalificación. Las fuerzas de seguridad bloquean calles y lanzan gas lacrimógeno y el discurso oficial acusa a toda disidencia de desestabilizadora, desviando la atención de las causas estructurales del conflicto.

Esta táctica, que combina fuerza física con agresión simbólica, erosiona aún más la escueta legitimidad gubernamental.

 

Horizontes

A pesar del pesimismo, hay tres rutas aún viables.

Primero, la Constituyente. Aunque aún no es un proceso formal, la idea de una constituyente empieza a ganar terreno como la eventual salida institucional a la crisis. Si bien preocupa que sea manipulada desde el Ejecutivo, también puede convertirse en un espacio de rearticulación ciudadana sí se garantiza la elección de los constituyentes por voto popular y su independencia del poder presidencial.

Segundo, la reinvención. En este impasse, lo urgente no es movilizarse sin rumbo, sino construir una nueva visión país. No basta con rechazar el estado actual de las cosas; hay que ofrecer una alternativa clara. Pensadores, movimientos y jóvenes deben elaborar propuestas ideológicas, económicas y sociales concretas que permitan imaginar un país distinto.

Y tercero, la juventud. La historia panameña ha demostrado que son los jóvenes quienes impulsan las grandes transformaciones. Hoy, nuevamente, están presentes. El reto es escucharlos, tomarlos en serio y ofrecerles los espacios que el sistema político actual les niega. No importa que aún no tengan todas las respuestas; lo importante es que se formulen las preguntas.

Si nada cambia, el riesgo no es solo el agotamiento del cuerpo político, sino su destrucción simbólica. La ciudadanía dejará de existir como sujeto activo. En ese escenario, ya no habrá conflicto porque no quedará nadie con energía para luchar.

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